25 junio 2016

Vacaciones

Hace años, en la cornisa del balconcillo del faro, a un grupo de golondrinas se le ocurrió construir sus nidos. Es verdad que dan ciertos problemas pero, en el fondo, tenerlas aquí, compartiendo el faro conmigo, es un regalo impagable que la naturaleza me hace
cada primavera. Con ellas casi no necesito despertador porque cada mañana, antes de que salga el sol, ellas saludan a la vida con sus grititos, con sus cantos, con sus vuelos sin sentido. Las personas deberíamos  aprender de las golondrinas y despertarnos cada mañana con esas ganas de vivir con las que ellas lo hacen. Pero ellas son simples golondrinas, animales incapaces de pensar, de razonar, y nosotros, dice el cura, somos la obra maestra de Dios.

Hoy, al pasar junto al colegio del pueblo, el silencio en el patio del recreo me ha hecho sentir que era otoño. Algunas veces, camino del bar de María, o del puerto, paso junto al colegio. Me gusta, si es la hora del recreo, oir a los críos gritar persiguiéndose unos a otros, reirse, verlos jugar. Pero hoy el patio del colegio era un poco como mi faro cuando, en otoño, se marchan las golondrinas. No hay niños persiguiéndose unos a otros, gritando, cambiando de repente su trayectoria como lo hacen en el aire mis golondrinas. Hoy el patio del colegio, es la  cornisa de un balcón de un faro de la que se marcharon todas las golondrinas.