23 abril 2009

Tristeza.

Hoy, la tarde gris y la lluvia en los cristales han inundado el faro de tristeza y melancolía y, como si un conducto secreto e invisible existiese entre él y mi corazón, éste ha terminado contagiándose y encogiéndose sobre sí mismo, como si buscase su propio calor, como lo hace mi gato cuando en las noches de invierno se echa en su mantita, al pié de la chimenea, y se hace un ovillo.

La lluvia quería entrar al faro y ha llamado una y mil veces a los cristales, con sus pequeños nudillos en forma de gotas. Se quedaban un instante quietas, mirándome, esperando que les abriese, y después, cansadas de ese difícil equilibrio caían trazando líneas absurdas, incoherentes, esquivando a otras gotas que estaban más abajo unas veces, buscando unirse a ellas y llevárselas consigo otras.

Me he arrimado a la ventana y mi mente ha volado a no sé donde, pero se ha ido y me ha dejado solo, y mis dedos, sin mente que los controle, se han puesto a seguir a las gotas que se deslizan buscando un suelo empapado, a dibujar sus quebradizas líneas, a jugar a adivinar el camino que iban a seguir, y mi boca ha soplado sobre el cristal para crear una pizarra casi transparente con mi vaho, y otro dedo al que tampoco controla mente alguna ha escrito su nombre.

Me deslumbra un relámpago que quiere ser sol por un instante e iluminar la tarde, y me preparo para recibir a un trueno que quiere despertar a los muertos, pero los truenos son como las traiciones, aún esperándolas me sorprenden, y me asustan, y me duelen… Y llega el trueno y mis dedos hacen un movimiento brusco y dejan de pintar senderos en el cristal.

Regresa mi mente de su escapada furtiva y me enseña la habitación sola, en penumbras, y lleva mis ojos a la mesa y me enseña también la carta que tengo a medio escribir desde hace semanas, y maneja mis ojos a su voluntad y me enseña una fotografía, y después, al oído, me susurra que no es la tarde gris, ni la tormenta, ni la lluvia llamando a los cristales lo que viste de tristeza y melancolía a mi faro y a mi corazón, es su ausencia.

El viejo farero.

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