22 abril 2009

Quiero ser...

Esta mañana, muy temprano, viendo a mis amigos marineros amarrar sus barcos a los amarres del puerto me acordé de ella. No necesitan mi mente, ni mi corazón, ni mis manos, ni mi boca, ver ni sentir nada para recordarla, el simple hecho de su ausencia ya trae a cada trocito de este viejo farero su recuerdo, pero esta mañana, viéndolos amarrar sus embarcaciones, he pensado que yo soy otro barco.

Ahora, en la soledad del faro, he visto que no lo soy, pero quisiera serlo. Quisiera ser un barco, y que su cintura fuese el amarre al que atarme con mis brazos en un abrazo eterno. No soy un barco, pero he soñado que su pecho es el puerto donde me refugio de los temporales, donde me siento seguro, protegido, mimado.

No, no soy un barco, pero quisiera serlo si sus brazos fuesen el mar que me rodea y sus labios pequeñas olas que salpican por todas partes dejándome el sabor de su dulce sal y la humedad de su boca.

Creo que estoy perdiendo un poco la cabeza, porque esta tarde, en mi faro, he soñado que soy un barco, y su cuerpo un mar por el que navego, un mar donde me sumerjo buscando corales. Me asusta por un momento la idea, pero quiero ser un barco, y que ella sea el dique seco donde retirarme, donde pasar el resto de mi vida.

Salgo al balcón de mi faro y miro el mar; no hay barcos navegando que me recuerden de nuevo mis sueños, pero hay olas que el viento despeina y les pone una cresta nueva de espumas blancas. Vienen una detrás de otra, hacia la playa, hacia los acantilados, hacia el faro, con su forma de media luna y para mi, mirándolas desde aqui arriba, dejan de ser olas y adquieren la forma de sus brazos que vienen a abrazarme.

Yo, amigos míos, quiero ser un barco.


El viejo farero.

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