24 abril 2009

Pedro Billetes.

No ha sido una pulmonía, como la que se llevó a D. Guido en el poema de Machado, pero anoche la muerte visitó el pueblo y hoy las campanas de la iglesia llevan todo el día tocando a difuntos.

Estaba María seria y triste, y antes de que le preguntase nada un amigo que tomaba un café en el mostrador me dio la noticia. –Farero, ¿sabes que se ha muerto don Pedro?

Nunca he deseado la muerte de nadie, pero hay algunas que, de la misma manera que no me alegran, tampoco me entristecen de manera especial, son la muerte de gente que cuando se van lo único que dejan de hacer es daño a los demás. A María, en cambio, cualquier muerte la sume en la tristeza, la pena y la angustia.

Nunca hicimos buenas migas el que hoy es un difunto y yo, nunca me gustó la gente que antepone a su nombre un don de tal manera que forman una sola palabra, la gente que se siente superior porque su fortuna es superior.

De su padre heredó buena parte de las riquezas que tenía, el resto lo consiguió explotando a sus trabajadores, aprovechándose de las malas rachas de otros para comprar a precio de risa, de vergüenza, su barco, su casa…

Decía no tener amigos, que no le hacían falta mientras tuviese la cartera llena de billetes, que no necesitaba una mujer a la que mantener ni que lo amara, que tenía las que quería, que para eso solo hacía falta dinero.

Se ha ido Pedro billetes sin tener un hijo, dejando en este mundo todas sus riquezas a un convento de monjas que rezarán por él todas las mañanas, que pedirán a Dios por su alma porque les ha dejado un buen capital. Le dará esta tarde una misa el cura, y cada domingo durante mucho tiempo, porque pagó con su dinero los arreglos de la iglesia y la imagen nueva de la virgen. Habrá en el cementerio una lápida de mármol grande y lujosa que lo diferencie de los demás muertos del pueblo, pero no habrá ninguna mujer que le lleve flores porque lo ama y lo recuerda, ni ningún hijo que eche de menos a su padre, ni ningún amigo que quiera sentarse una tarde junto a la tumba, porque no tenía amigos.

Se ha ido Pedro billetes y ha dejado aquí lo único que tenía: dinero. Se ha llevado con él su egoísmo, su admiración por un dictador, su desprecio a los hombres y a las mujeres. También se ha llevado los besos que compró porque no tenía otro modo de conseguirlos.

Dicen que se ha ido el hombre más rico de la comarca, pero es mentira. Él jamás vió una puesta de sol desde lo alto del faro, ni sintió las manos de una mujer que lo amase, ni jugó con un crío, ni charló con los marineros, ni oyó a la chica del violín cuando lo hacía llorar. Tampoco ha sentido en su corazón la pasión del amor, ni los celos, ni el dolor de una despedida, ni ha compartido un café de madrugada, ni ha soñado con volver a besar unos labios…

Se ha ido Pedro billetes, un hombre con dinero, un pobre hombre.

El viejo farero.

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