23 abril 2009

Partidas de cartas.

Suelen, los marineros del pueblo, jugar al dominó en el bar de María. Siempre me ha llamado la atención esa especie de violencia machista que hay en su manera de poner las fichas sobre la mesa. Parece, cuando las ponen de un golpe, que intentasen matar algo, o, cuando menos, espantar algún espíritu malo, o desfogar su impotencia ante mil cosas de la vida.

Uno de ellos las pone boca abajo, las mueve mientras discuten sobre quién hizo mal la jugada anterior, alzan la voz, discuten más con los que hacen de pareja de juego que con los rivales, comienzan a coger nuevamente fichas, las ponen de pié, ordenadas por puntos, y otra vez los golpes en la mesa, las miradas de reojos, el cigarro en la boca y los ojos medio cerrados por el humo del tabaco.

Hoy, cuando he entrado, los he visto sentados, en la misma posición de siempre, con algún espectador sentado en una silla un tanto apartada, pero no he escuchado el martilleo de las fichas sobre la mesa. He llegado hasta el mostrador donde María, sonriéndome, me esperaba.

-¿Hoy no juegan al dominó?

- No, hoy les ha dado por las cartas, pero es lo mismo, siguen discutiendo igual.

Casi no tiene María tiempo de terminar su frase cuando José, un marinero que es marinero desde que lo sacaron del colegio con 10 años, grita y se queja de las malas cartas que Antonio le ha repartido.

-Así no hay quien juegue, valiente reparto que has hecho. Y sigue la partida entre voces, quejas y golpes en la mesa.

Llevaban ya tiempo jugando y yo sólo he asistido a la última de las partidas. Piden una copa, una cerveza, un vaso de vino, y se arriman a donde María y yo teníamos nuestros cuerpos separados por un mostrador y nuestras manos rozándose simulando coger una servilleta de papel.

Los hay que han tenido mala suerte hoy y han perdido, hay quien ha ganado, hay quien siempre pierde.

Aquí, en la soledad del faro, recuerdo la partida de cartas de mis amigos marineros, y me vienen a la mente otra vez las palabras de María: La vida es una partida de cartas en la que el destino las reparte y nosotros jugamos. Hay quien le tocan todas malas, imposible de hacer nada bueno con ellas; son las personas con mala suerte. Hay quien abandona la partida, quien se rinde. Hay personas a quienes le tocan cartas buenas una y otra vez, son los afortunados, los de la buena suerte, los que la vida les sonríe, y hay quienes tienen de todo, unas buenas, otras malas… son la mayoría. La jugada que hagan, lo que sean capaces de sacar de esa partida depende de ellos, de como la jueguen, de lo que peleen; son los luchadores.

Las cartas, dice María, las reparte el destino, pero somos nosotros quienes jugamos.

El viejo farero.


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