24 abril 2009

Otra vez.

La primera vez que mi amigo no tuvo padre fue una tarde de abril, siendo un niño, cuando su madre le dijo que a la mañana siguiente no iría a clase, los estudios se habían terminado, que empezaba a trabajar. Su padre se había marchado de casa y hacía falta dinero.

Quiso quitarse pronto la mili de en medio y se fue voluntario, y en la jura de bandera volvió a sentir que no tenía padre, ni un año después cuando terminó su compromiso con el ejército y lo licenciaron.

No tenía padre al que enseñarle orgulloso el título de graduado escolar que sacó estudiando de noche, después de la jornada de trabajo.

No tuvo padre al que presentarle su novia, ni padre con el que celebrar su boda.

La vida le regaló a mi amigo dos hijos, pero no tuvo un padre que hiciera de abuelo cuando nacieron, ni cuando empezaron a andar, ni cuando fueron al colegio por primera vez, ni cuando estuvieron enfermos.

Ayer una voz a través del teléfono le decía que su padre había muerto y él, una vez más, volvió a quedarse sin el padre que nunca tuvo.

El viejo farero.

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