23 abril 2009

A escondidas.

Si la gente del pueblo me viese hacerlo seguramente pensaría que, además de viejo, este farero está cada día un poco más loco, por eso espero a que la noche extienda su manto negro y me cubra con él, igual que cubre el camino, los acantilados, la playa…

Bajo antes de que todo se vista de luto, con una linterna que no me explico como funciona aun, con un palo que primero hace las veces de bastón y que cuando llego a la playa se transforma mágicamente en un lápiz que escribe en la arena.
Y es ahí, en la arena de esta pequeña playa, cuando la marea está baja, donde escribo su nombre, donde pongo palabras que se escriben con 20 años, palabras que, con el tiempo, perdemos la costumbre de decir y casi las borramos de nuestro diccionario personal.

¿Qué pensaría María si me viese con la noche encima escribiendo en la playa su nombre, poniéndole que la quiero? ¿Qué pensaría si apareciese después de irme yo y antes de que las olas lo borren, y leyese que necesito verla cada día, que quiero compartir con ella el resto de mi vida?

Me vengo al faro, con un lápiz inmenso que se ha vuelto otra vez bastón en una mano y una linterna que juega a ser mi faro en la otra. Desde aquí no se ve lo que he escrito en la playa, y mañana, cuando salga el sol, la marea alta habrá sido ya mi cómplice en el secreto y habrá borrado las palabras que tatué en la espalda de la playa.
Y yo, en la soledad del faro, oyendo las olas, me vuelvo un poco más loco aun y pienso en dejar de escribir palabras en la arena y decirlas mirando a unos ojos que me cautivan como lo hace el mar, la noche, sus manos, su voz…


El viejo farero.

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