23 abril 2009

En mil pedazos.

Tiré al mar mi orgullo y mi amor propio, mi dolor, mis malos recuerdos... Saqué de un cajón un bote de buenas intenciones y me puse a pegar los mil trocitos en los que partiste mi corazón. Quise recomponerlo y volver a regalártelo.

Lo envolví en un papel que tenía el color de la amistad. Busqué primero uno de regalo, pero no tenía, después quise rodearlo con uno de perdón, pero recordé que no uso ese papel, que jamás lo he tenido en el faro, porque jamás he tenido nada que perdonar.

Tuve que cambiarle el papel antes de dejarlo en la oficina de correos, sangraba, y estaba llenándolo de pequeñas rosas rojas.

He vuelto al faro y, en la puerta, me lo he encontrado. El cartero ha marcado en el sobre que el destinatario rehusaba recibirlo. Está el papel otra vez lleno de pequeñas rosas rojas, lo he abierto con cuidado para no dañarlo, pero ha sido en vano. Lo he dejado lentamente sobre la cama. He comenzado a ordenar los mil trozos en que has vuelto a romperlo y he bajado a la playa, a buscar entre la cosas que las olas dejan en la arena algunas de las que tiré a la mar. Volverán poco a poco, y mientras tanto yo recompongo, una vez más, mi corazón. Me hace falta para vivir, para compartirlo, para darlo a quien quiera acunarlo.

El viejo farero.

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