23 abril 2009

El hombre que quería coger la luna.

Decían que se había vuelto loco. Dejó de pescar peces y cada luna llena salía de noche a la mar, y echaba las redes para pescar a la luna. La buscaba en el espejo negro del agua, tiraba sus redes encima de ella y las recogía a toda prisa, con ansiedad. A medida que las iba sacando buscaba entre ellas a la luna, pero la luna no estaba, y entonces esperaba, porque la luna se había ido, rota en mil pedazos, al fondo del mar, y esperaba a que regresase lentamente, meciéndose en cada ola, jugando a esconderse cada vez que una de ellas rompía contra la quilla del barco.

Una tarde, en el bar de María, me dijo que ya sabía por qué no podía cogerla, - Cuando tiro las redes la rompo farero, es como si le tirase una piedra a un espejo, se rompe en un montón de pedazos, y como son muy chicos se escapan por entre los agujeros de mis redes, igual que hacían los peces pequeños.

Cuando Nicolás me cuenta estas cosas, tan serio, tan seguro, yo no sé que decirle, y dejo entonces que él siga hablando, o le hago una pregunta tonta. - ¿Y cómo piensas cogerla entonces Nicolás? - Y mi amigo me dice que ya lo sabe, y que dentro de tres semanas saldrá a la mar y volverá con la luna en su barco.

Anoche, desde el faro, miraba una luna llena que había en el cielo y otra luna llena que había en la mar, y pensé en Nicolás, mi amigo que quiere hacerse pescador de luna. No había luz alguna que me dijese que él estaba allí, entre la oscuridad, esperando con sus redes echadas a que la luna se posase sobre ellas, esperando como me contó a izarlas poco a poco, sin que ella se diese cuenta.

Está mañana han vuelto los marineros a la lonja casi sin peces y más tarde que nunca, he bajado y he visto revuelo en el puerto. El Estrella del Mar, el barco de Juan, traía a remolque al Fernandito II, el barco de mi amigo que quería pescar la luna. Los oí de madrugada por la emisora, Nicolás, cansado de no poder pescar a la luna entre sus redes saltó a mar a cogerla con sus manos, pero la luna era un espejo que se rompía en mil pedazos, y Nicolás nadaba buscándolos, y cada vez habían más lunas, más trocitos de espejos, y mi amigo marinero dejó de buscar la luna y se fue con las estrellas de su mar.

Ahora, de madrugada, la luna, que estaba escondida entre las nubes, ha salido de su escondite y ha bajado al mar, a jugar con Nicolás, a besar su frente, a rendirse, a entregarse dulcemente y acurrucarse entre sus brazos.


El viejo farero.

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