23 abril 2009

Bebiendo besos.

¿Recuerdas?
Quiso regalarme la vida 6 horas contigo. Una cita loca, en los acantilados, alejados de todos y de todo. Al final me faltó tiempo para decirte cuanto te amo y me sobraron besos para darte que se quedaron dormidos en mis labios. Me faltó tiempo para tantas caricias como tenía en mis manos para ti.

Hacía calor ese día, te avisé de que así sería y tú, por si acaso acertaba, llevabas en tu bolso una camiseta de tirantas, más fina y más fresca que aquella que traías puesta. Apenas habíamos andado unos metros decidiste cambiarte. Algunas gaviotas se pararon en el aire como haciendo magia, querían ver tu cuerpo, precioso, bellamente formado. Yo, en el camino, trás de ti, hice lo mismo y me paré como ellas. Durante unos segundos el mundo entero se paró. Te volviste hacia mi, riendo, y yo, una vez más, me perdí entre el rojo de tus labios y el negro de tus ojos.

Allí, sentados frente al mar, oyendo las olas, tus risas y tus palabras, el tiempo volaba. Un beso, cien besos, tu piel tan cerca de la mía... Nos cogió la hora de comer sin darme cuenta, no tenía hambre, me estaba alimentando de ti, de tus besos, de tus manos, de tus ojos... Me alimentaba de verte, de sentirte tan cerca de mi.

Decidimos abrir la botella de vino que tú habías traido, un tinto muy especial de tu tierra, pero se me olvidó llevarme del faro un sacacorchos. Mi cabeza, siempre igual, siempre olvidando cosas... Aquella pequeña navaja que yo llevaba no servía, al final tú, como tantas cosas, solucionaste aquel problema.

Unas copas que sin serlo parecían de cristal, un brindis, un beso, un sorbo de vino, otro de tus labios... Nos faltó tiempo, dejamos la botella casi llena y al final, con el corcho dentro, volvió al faro conmigo. Tú volviste a tu casa y yo me quedé solo, más solo que nunca, añorándote como jamás había añorado.

Pasó aquella botella tres días en un estante de la pequeña bodega que hay en el sótano del faro y pasé yo tres días mirando desde el balcón la roca que nos dió cobijo. ahora, cada tarde, a la hora en que tú te fuiste, bajo a la bodega y me pongo un sorbo de nuestro vino, y me siento, y lo llevo a mi boca. Es el vino que bebimos juntos entre beso y beso, por eso cada sorbo lo hago eterno, lo dejo en mi boca, mojo mis labios, empapo mi lengua de él... Cada tarde tus labios se vuelven vino, tu boca entera se hace vino y besa la mía, cada tarde el vino se convierte en tu boca, en tus labios, en tu lengua... Cada tarde me encierro en la bodega, a beber tus besos.

Hoy miro la botella ya vacía, y si cierro los ojos vuelvo a sentir tus besos, vuelvo a verte, a olerte... Hoy se que te daré parte de esos besos que se quedaron en mi boca, parte de esas caricias que duermen en mis manos, porque no caben todas ni todos, porque quiero dejar siempre un beso pendiente para darte. Hoy, sigo soñando contigo como soñaba entonces, más si es posible. Hoy tengo más sed que nunca de ti, hoy sé que hay mil cosas que han valido la pena.
Tú, como la botella en el faro, te has quedado en mi vida para siempre.


El viejo farero.

No hay comentarios: