24 abril 2009

Bálsamo.

Siempre han sido un puro contraste lo curtido de mis manos y la intolerancia de mis labios al calor de una cuchara, de un vaso, de una taza. Y ha sido una taza de café la que, al arrimarla a mi boca, ha provocado que casi lo tirase y sienta mis labios quemados.

-Vaya con el farero- dice José sonriendo – cada día está más sensible… anda, María, dale un vasito de agua fría y que se moje los labios. Y María deja sobre el mostrador el paño blanco como la nieve con el que limpiaba los vasos y me dice que pase a la cocina, que tiene una crema, un bálsamo para las quemaduras.

Me acerco y le pido el vaso de agua mientras siento fuego en mis labios, pero ella mira, y hace un gesto, y vuelve a insistir en que es mejor el bálsamo.

Es pequeña la cocina del bar de María, una cámara frigorífica, una hornilla, un par de muebles… Y abre uno y busca, y abre un cajón y remueve algunas cosas, y después se vuelve hacia mí, y me dice que ya lo ha encontrado, que cierre los ojos… Y siento la yema de su dedo dibujando el contorno de mi boca, y la suya que me dice que tendré que permanecer callado, y siento en mi labio quemado el roce dulce y leve de sus labios, el frescor de su lengua recorriéndolo lentamente, y yo, prisionero de mis deseos, de mi amor, dejo mi boca entreabierta y permito que los labios de esta mujer hagan prisionero a mi labio inferior, que lo retengan entre ellos mientras su lengua lo acaricia, lo humedece, y cuando intento besarla ella se retira, y pone su dedo delante de mi boca y me dice que me está curando, que me esté quieto. Y sigue la cura, y yo me olvido del dolor y me dejo llevar por la dulzura de su boca que ha robado toda dulzura del mundo para ponerla en mis labios.

Quieren los labios de María llevarse con ellos el mío antes de separarse de él, y cuando lo dejan huérfano de caricias me dice riendo que ya está, que no era nada, que soy un quejica…

Vuelve María al mostrador, con sus vasos y su paño blanco, y yo, camino de mi mesa, me cruzo con José que me mira detenidamente y se sonríe y se acerca a María para pagarle su vaso de vino, y al dejar las monedas le dice que guarde bien ese bálsamo, que este viejo farero anda ya torpe, y delicado, y que se volverá a quemar… Y los dos se ríen, y María arroja el paño blanco al brazo de José…

El viejo farero.


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